Cuando una ilustración o un texto te movilizan, aparece la
necesidad de comunicárselo a su autor. Así sucedió con Diario de un librero*: el personaje vivía algunas situaciones en las
que me identificaba como librera. Necesitaba agradecer su puesta en palabras, y decidí escribirle al autor, Luis Mey. Me presenté como una
lectora curiosa, que soñaba con llevar la emoción y el concepto de un texto a
imágenes, por eso había elegido ese trabajo: podía conocer el mundo editorial y
el de la ilustración en particular. Le comenté también que iniciaría un diario
visual (de retratos) inspirado en visitantes de la librería. Con el tiempo y la
imaginación los visitantes se convirtieron en personajes, y así surgió la
muestra Personajes estampados.
Mey respondió a las pocas horas de enviar el mensaje, me
sentí tan contenta… Pienso que el autor necesita conocer a sus lectores, además
del número de ejemplares vendidos. Su labor comienza en soledad, en lo
profundo, y el ciclo se cierra en la lectura de alguien que sale distinto de
ese texto: por momentos levanta la vista para dejar que la palabra encuentre
sitio en su interior.
Una vez le escribí a un excelente ilustrador, tenía una
secuencia de imágenes donde un personaje secundario aportaba muchísimo a la
historia, el texto escrito y la imagen se potenciaban. Resultó ser su mascota
la que había dado vida al personaje. Entrañable.
*MEY, L. [2015]: Diario de un librero, Buenos Aires, Interzona.